Camilo "el raspado" Quezada
Camilo “El raspado” Quezada no era el más brillante personaje que cualquiera podría conocer, quizá sí el más tonto. Esto lo digo porque su idiotez y su apodo son parte crucial de la historia que les voy a contar.
Camilo nació en una familia trabajadora que se había asentado a dos kilómetros de la entrada a San Juan del Río. Su papá, Rafael Quezada o como le decían en el pueblo, “El judío de San Juan” era dueño de una tienda grande que vendía de todo, y le decían el judío porque todo en su tienda era muy caro. La señora Rocío Mascueta solía decir “ cada vez que salgo de la tienda del judío, me dan ganas de meterle un buen balazo en los huevos”, claro está que esa era la opinión de la señora Rocío.
La mamá de Camilo los había dejado desde que nació para irse a los Estados Unidos con un gringo que conoció un día que fueron a pasear a la ciudad de Querétaro. Nunca se mencionaba palabra de ella en la casa. Por último, está el hermano menor de Camilo ,que se llamaba Polito Armando Quezada, tampoco era muy brillante, nunca destacó en los deportes ni en la escuela, pero Camilo siempre notó su inigualable capacidad para mentir.
La historia comienza cuando Camilo decidió romper su cochinito en el que tenía ahorros desde los 9 años, los ahorros que tenía los quería utilizar en su totalidad para pasar un fin de semana de lujo con su hermano en la Ciudad de México. Sin más, le pidió el Ford amarillo a su papá y partieron a la ciudad. Llegaron un Viernes por la tarde al hotel Alameda que estaba justo frente al parque Alameda; que se encuentra en el centro de la ciudad, Camilo pensó que esto era muy buena idea porque de ahí podrían llegar muy fácilmente a todos los museos, restaurantes, espectáculos y cantinas que querían visitar a lo largo del fin de semana. Dieron las seis de la tarde y finalmente Camilo y Armando estaban instalados en su cuarto, Armando se asomó por la ventana del cuarto que tenía vista de la avenida principal del centro, estaban en el doceavo piso y los ojos del hermano menor de Camilo no podían creer la inmensidad del lugar donde se encontraban. A Camilo se le ocurrió una idea muy popular entre los mexicanos que en rara ocasión tiene el final esperado. “¿Qué te parece si nos vamos hoy a la cantina de los remedios y ya mañana nos vamos a todos los museos que queremos conocer y comemos en el restaurante Acelgas, que tanto nos recomendó nuestro papá?” Armando no dijo nada y solo asintió con la cabeza mientras volteaba incrédulo a seguir admirando el paisaje de la ciudad.
Salieron del cuarto vestidos con zapatos, camisas blancas y unos pantalones cafés que les había regalado su tía Margarita la Navidad pasada. Caminaron varias cuadras y preguntaron en dos ocasiones cómo llegar a la cantina, pero finalmente lo lograron. Se sentaron en la barra porque estaba todo muy lleno, pidieron una botella de tequila y justo cuando la llevaron a donde estaban, un extraño la tomó, la destapó y bebió casi un cuarto de la botella, cuando terminó, Camilo y Armando estaban sorprendidos por la falta de respeto del individuo pero todo cambió rápidamente cuando este le dijo al mesero, “yo la pago”. Se sentó a un lado de Armando y muy ebrio les dijo
“Cabrones, perdón por robarme su botella pero no me atendían, me llamo Mariano; ayer me iba a animar a proponerle matrimonio a mi novia pero cuando llegue a la casa, la desgraciada se estaba besando con el conserje del puto edificio, ¿Pueden creerlo?” Camilo y Armando se voltearon a ver y casi no podían aguantarse la risa pero quizá los dos pensaron que si estuvieran en el lugar de ese hombre la estarían pasando igual o peor. Pasaron varias horas, tres platos de tostadas de pata y otras dos botellas de tequila para que el buen señor Mariano se quedara dormido sobre la barra. A Camilo le pareció muy buena la plática y las risas que tuvieron con Mariano pero ya no lo despertó, pensó que había sido suficiente por una noche.
El Sábado por la mañana los dos tenían una resaca adecuada para el nivel de tragos que tomaron la noche anterior, hacía mucho sol y Camilo lo último que quería era caminar bajo ese calor infernal, tomó las llaves del coche y los dos partieron a un estacionamiento que estaba a las espaldas de Bellas Artes. Bajaron del coche y estaban caminando hacía la salida cuando una balacera se desató en el mismo estacionamiento donde dejaron su coche ese día. Armando tomó a su hermano por la camisa y lo tiró al suelo esperando que no pasara nada malo, después de unos segundos todo se calmó y los dos levantaron la cabeza para ver si era seguro ponerse de pie. Vieron a diez policías discutiendo y a dos hombres que al parecer estaban muertos, tendidos en el piso. “No se que acaba de pasar pero nos largamos de esta pinche ciudad podrida en este instante” le dijo Camilo a su hermano, corrieron hacia el coche y partieron a toda prisa hacia el hotel, Camilo le dijo a Armando que no se bajara del coche, que el iba por las maletas para que se pudieran ir más rápido. Armando estaba esperando a su hermano en el coche y se encontraba bastante más tranquilo que momentos antes, cuando pensó que su vida iba a terminar en una ciudad y en un lugar donde no quería morir. Volteó a ver la calle y se dio cuenta que en el espejo retrovisor estaba un rosario y ellos no tenían un rosario en el retrovisor, salió del coche, abrió la cajuela y exclamó “No manches”.
Tres horas después se encontraban a las puertas de su tan querido pueblo, ninguno de los dos podía estar más aliviado. Armando miró a su hermano fijamente y le dijo “Camilo yo te quiero mucho y siempre lo voy a hacer, pero eres un pendejo, en la emoción de todo lo que pasó en ese estacionamiento te metiste a un coche que no era el nuestro y lo arrancaste porque las llaves estaban puestas, pero definitivamente no es el viejo Ford amarillo de papá” Camilo respondió “Como no, venimos en un Ford amarillo como el de papá”. Armando sin poder creer las palabras de su hermano, dijo “Exacto cabrón, un coche Ford como el de papá pero no el suyo, he venido pensando todo el camino y estoy seguro que era el de los dos hombres muertos que estaban en el estacionamiento y lo creo porque cuando fuiste por las maletas me di cuenta que había un rosario en el espejo, bajé, abrí la cajuela y había dos maletas llenas de dinero.”
Desde entonces han pasado ya muchos años, vine a pasear con mi familia a San Juan del Río y esta historia la escribo porque conocí a un viejo muy amable que me platicó toda la historia de como nació su café/ restaurante “El raspado” . El viejo señor con el que platiqué era nada más y nada menos que Camilo Quezada y el lugar donde lo conocí era su ahora muy famoso café/ restaurante. Desgraciadamente ya habían pasado algunos años desde que su hermano Armando había fallecido pero me dijo que vivió una vida muy feliz con su esposa y dos hijas y que ellos dos permanecieron mejores amigos hasta el final. En cuanto al viejo señor, ahora Don Camilo, me aseguró que si no hubiera sido por su estupidez de tomar el coche equivocado, quizás ahora estaría contando una historia muy diferente. Antes de despedirse para atender mesas de personas que estaban llegando al lugar, me dijo” Entonces mi hermano y yo nos dividimos las dos maletas de dinero, una cada quien, lo guardé lo mejor que pude y abrí mi propio restaurante, tuve una novia o dos a lo largo de mi vida pero ahora estoy felizmente casado, sin hijos y viviendo la mejor vida que pude haber imaginado, y todo se lo debo. A un viejo Ford amarillo”
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